El hombre que Calculaba y yo nos encontramos en el camino a un pobre viajero. Se llamaba Salem,
era un rico mercader. Fue atacado por nómadas, su caravana fue saqueada y casi
todos perecieron. Al concluir la narración de su desgracia, nos preguntó con
voz ansiosa:
-
¿Traéis quizá algo de comer? Me estoy muriendo
de hambre…
-
Me quedan tres panes – respondí.
-
Yo llevo cinco – dijo a mi lado el Hombre que
Calculaba.
-
Pues bien – sugirió Salem- , les ruego que
juntemos esos panes y hagamos un reparto equitativo. Cuando llegue a Bagdad
pagaré con ocho monedas de oro el pan que me coma.
Así lo hicimos. Al día siguiente, al caer la tarde, entramos
en su ciudad. Salem dijo:
-
Os dejo, amigos míos. Quiero repetir mi
agradecimiento. Y para cumplir la palabra dada, pagaré.
Y dirigiéndose al hombre que Calculaba le dijo:
-
Recibirás cinco monedas por los cinco panes. Y volviéndose
a mí, añadió:
-
Y tú, recibirás tres monedas por los tres panes.
Más, el hombre que Calculaba dijo:
-
¡Perdón! La división, hecha de ese modo, puede
ser sencilla, pero no es matemáticamente cierta. Si yo entregué 5 panes he de
recibir 7 monedas; mi compañero, que dio 3 panes, debe recibir una sola moneda.
-
¿Cómo va a justificar este disparatado reparto?
-
Intervino Salem - Si diste 5 panes ¿por qué exiges 7 monedas? y
tu amigo dio 3 panes ¿por qué él debe recibir sólo una moneda?
El hombre que Calculaba se acercó a Salem y habló así:
-
Voy a demostrar que la división de las 8 monedas por mí propuesta es
matemáticamente cierta. Cuando durante el viaje, teníamos hambre, yo sacaba un
pan de la caja en que estaban guardados, lo dividía en tres pedazos y cada uno
de nosotros comía uno. Si yo di 5 panes aporté 15 pedazos, ¿no es verdad? Si mi
compañero dio 3 panes aportó 9 pedazos. De los 15 pedazos que aporté, comí 8,
luego di en realidad 7. Mi compañero aportó 9 pedazos, comió también 8; luego
sólo dio 1. Los 7 que yo di y el restante que dio mi amigo formaron los ocho
que comió Salem. Luego, es justo que yo reciba siete monedas y mi compañero
una.
Salem hizo los mayores elogios y ordenó que le dieran las
siete monedas, pues a mí sólo me correspondía una. La demostración presentada por el hombre que
Calculaba era lógica, perfecta e incontestable, sin embargo dijo:
-
La división que yo he propuesto es matemáticamente
clara, pero no perfecta. Y juntando las monedas nuevamente las dividió en dos
partes iguales: cuatro me dio a mí y cuatro para él.
Salem dijo:
-
Este joven, aparte de parecerme sabio y habilísimo
en los cálculos, es bueno para el amigo y generoso para el compañero.
Adaptado de: El hombre que Calculaba, Tahan Malba,
Limusa, México, 1990.
ok.........
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